Bodegón

Bodegón

lunes, 19 de febrero de 2007

El caballo de Troya



Había una vez un rey llamado Príamo.

Era rey de Troya,

una ciudad grande y amurallada.




Príamo tenía dos hijos varones:

Paris y Héctor.

Paris era famoso por su belleza

y Héctor se distinguía por su valor.

Un día, el príncipe Paris

fue a la ciudad de Esparta

y conoció allí a la mujer más bella

de toda Grecia.




Se llamaba Helena

y era la esposa del rey Menelao.

Paris quedó encantado

por la belleza de Helena

y decidió llevársela consigo a Troya.

Cuando el rey Menelao se enteró

de que habían raptado a su esposa,

lleno de furia,

convocó a todos los reyes de Grecia

a declarar la guerra.




Reunieron más de mil naves

y muchísimos soldados

y zarparon hacia Troya,

desembarcaron frente a sus murallas

y rodearon la ciudad.

Durante el día atacaban;

por la noche descansaban

para recuperar sus fuerzas.




El griego más valiente era Aquiles.

El más valiente de los troyanos

era Héctor, hermano de Paris.

La lucha era tan igual

que iban diez años de guerra

y no había un ganador.

Los soldados griegos,

cansados de luchar,

empezaban a pensar

en volver a sus hogares.

Ulises, uno de los reyes griegos,

no quería retirarse sin ganar

y tuvo una idea.




Siguiendo las indicaciones de Ulises

los griegos construyeron

un enorme caballo de madera

y dentro de él escondieron

a muchos soldados.




Todos los demás se subieron a sus barcos

y simularon que volvían a Grecia.

En realidad,

sólo fueron hasta una isla cercana.

Al ver esto,

los troyanos creyeron que habían ganado.

Salieron de la ciudad a festejarlo

y fueron hasta la playa.

Todos se preguntaban qué significaba

ese enorme caballo de madera.




Un griego que se había quedado escondido

entre los juncos les explicó

que era una ofrenda a la diosa Atenea.

Les dijo que lo habían hecho tan grande

para que no pudieran introducirlo en la ciudad

por la puerta de la muralla

y atraer así los favores de la diosa.

Los troyanos decidieron

meter el caballo a la ciudad.

Para ello tuvieron que romper parte de la muralla.




Lo pusieron en la plaza central.

Hicieron una gran fiesta.

Tomaron mucho vino, comieron y bailaron,

sin imaginar lo que iba a suceder.



De pronto,

cuando la fiesta estaba llegando a su fin,

los soldados salieron del caballo.

A ellos se les sumaron los otros

que habían vuelto con sus barcos

que se metían por la muralla rota.

Los troyanos no pudieron defenderse

y su ciudad fue destruida.